Inducción para Educadores Ignacianos

El Plan Apostólico RAUCI 2018-2022 elaborado por los miembros en Asamblea, propone en los acuerdos 11 y 12 la elaboración de un Plan de inducción y formación para el personal que se desempeña en una obra de la Compañía a fin de ser compartido con toda la red del Sector Educación ARU.

Objetivos

  • Que todas las personas que ingresan a una institución educativa Ignaciana puedan conocer la Espiritualidad y la Pedagogía Ignaciana, se puedan apropiar de la misma, para configurar un modo de proceder ignaciano.
  • Que los docentes que ingresan a las instituciones educativas de la Compañía de Jesús conozcan los pilares de la propuesta educativa ignaciana a fin de orientar el trabajo pedagógico y favorecer la concreción del Paradigma Ignaciano en todos los ámbitos escolares.
  • Fortalecer la identidad ignaciana de la institución educativa con un estilo educativo que refleje los elementos constitutivos del Paradigma Pedagógico Ignaciano (PPI), la Ratio Studiorum y los EE.EE de San Ignacio.

Más información: https://plandeinduccionyformacion.blogspot.com/2020/07/presentacion-del-plan-de-induccion-y.html

Los contenidos del plan fueron seleccionados teniendo en cuenta los pilares de la Propuesta Educativa de la Compañía de Jesús, organizados en seis módulos secuenciados donde cada uno de ellos aborda un tema particular

El conocimiento de la persona de Ignacio de Loyola y de su Espiritualidad fundamentan la Propuesta Educativa.

El contenido principal de este módulo es “conocer la vida de Ignacio de Loyola, quien nació y vivió en medio del siglo XV y XVI, y nos enseñó un modo particular de ver la vida y de comprender la relación del hombre con Dios y con las personas que lo rodean. La vida de Ignacio, su conversión personal, la creación de la Compañía de Jesús, su misión, su mirada a la educación como medio para la evangelización, son hitos fundamentales para comprender la obra a la cual pertenecemos y su sentido en el contexto social, cultural, espiritual en el cual estamos inmersos hoy”. (Plan Formativo docente en Pedagogía Ignaciana e Innovación Educativa, RUEI, 2018)

Aprender sobre la experiencia espiritual de Ignacio de Loyola y su proceso de conversión nos ayudará a profundizar más sobre nuestra propia condición espiritual, fortaleciéndonos en principios y valores para aportar a la formación integral y a vida de los estudiantes que tenemos en nuestros colegios.

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La Compañía de Jesús fue fundada por Ignacio de Loyola y un grupo de nueve compañeros, en 1540. Estos Amigos en el Señor, como se denominaban a sí mismos, fueron gestores de una obra apostólica que influyó en la transformación del mundo de su época.

“Los Jesuitas se extendieron rápidamente por todo el mundo, realizaron obras apostólicas admirables y que hoy asombran por su solidez y su capacidad evangelizadora. Todas estas obras llevaban un sello característico: el sello de la espiritualidad Ignaciana que marcó la vida de aquellos apóstoles y el estilo pedagógico distintivo de la Compañía de Jesús que perdura hasta hoy”. (Propuesta Educativa de la Compañía de Jesús. ACODESI. 2006)

La Espiritualidad Ignaciana tiene sus raíces en la experiencia espiritual de Ignacio de Loyola quien, después de su conversión en 1521, la puso por escrito en un libro llamado Ejercicios Espirituales. Su obra culmen en lo espiritual y carismático es el texto de los Ejercicios Espirituales, y en lo institucional y jurídico son las Constituciones de la Compañía de Jesús.

“Las Constituciones se fueron actualizando según ―tiempos, lugares y personas- a través de las Congregaciones Generales, máximo órgano de gobierno de la Compañía. Desde allí se nos ha dicho cuál es nuestra misión para el momento presente. Ha habido, desde la muerte de Ignacio en 1556, 36 Congregaciones Generales. Las últimas Congregaciones Generales nos han dado orientaciones en relación a la Misión de reconciliación, al servicio de la fe y la promoción de la justicia, al diálogo interreligioso, compartir la misión con compañeros apostólicos laicos, en la invitación al discernimiento en común”. (Propuesta Educativa de la Compañía de Jesús. ACODESI. 2006)

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Como dice en el texto de La Propuesta Educativa de la Compañía de Jesús (2006), “San Ignacio nunca pensó en tener Colegios y que solo aceptó fundarlos cuando descubrió en ellos un potencial evangelizador. Se trataba de contar con obras apostólicas educativas a través de las cuales se pudiese efectivamente evangelizar. Desde esta mirada, podremos entender entonces por qué nuestros Colegios deben tener como primer desafío en su Misión, la Evangelización”.

Ignacio dedicó la Parte IV de las Constituciones al apostolado educativo en Colegios y Universidades. Son las grandes directrices que aún están vigentes. Por ello también la consideramos como nuestro primer documento corporativo. La Parte IV de las Constituciones necesitaba de Reglamentación. Fueron sus sucesores quienes lograron este propósito con un documento que vino a ser la carta de navegación de nuestro sistema educativo a nivel universal: la Ratio Studiorum. Es nuestro segundo documento corporativo. (Propuesta Educativa de la Compañía de Jesús. ACODESI. 2006)

La Ratio tuvo vigencia durante cuatro siglos hasta que en 1986 se publicó nuestro tercer documento corporativo: las Características de la Educación de la Compañía de Jesús. Un escrito que no es propiamente una versión moderna de la Ratio, pero sí son orientaciones que direccionan nuestro quehacer educativo. En 1993 se publicó un nuevo texto: el Paradigma Pedagógico Ignaciano, PPI, nuestro cuarto documento corporativo.

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Desde el origen de la Compañía de Jesús y a lo largo de su historia, ha sido la “cura personalis” un rasgo que ha identificado y caracterizado a la educación impartida por los jesuitas.

“La cura personalis surge en el contexto de los Ejercicios Espirituales y se manifiesta en el acto humano de “dar” y de “recibir”, un acto de trasmisión y por lo mismo de recepción. Se establece una relación directa entre el que da los Ejercicios y el que los recibe, de tal manera que al llevarlos al aula retomamos dos actores: el Maestro y el Estudiante”. (Kolvenbach S.J. 2007)

“Para continuar con el paralelo entre los Ejercicios Espirituales y los procesos de formación integral del Colegio, se entiende que todo ejercitante (estudiante) requiere de acompañamiento personalizado ya que es una manera adecuada de crecer internamente. Para desarrollarnos necesitamos ayuda. El maestro desde la cura personalis conoce a cada uno de sus estudiantes, da realce a sus vivencias personales y retoma especialmente a los más necesitados en sus procesos de aprendizaje. Esta cura personalis necesariamente tendrá que llevar a cada estudiante a asumir de manera responsable sus procesos personales, porque en este ejercicio se favorece la autonomía y el desarrollo como un ser independiente y responsable de sí mismo y corresponsable de su entorno, por lo que también se refuerza toda una serie de verbos reflexivos que indican una acción que recae en el mismo sujeto del verbo como disponerse (EE 18), corregirse (EE 24) o bien en el género de “reflectir en mí mismo” (EE 114)”. (Kolvenbach S.J. 2007)

“La relación personal entre estudiante y profesor favorece el crecimiento en el uso responsable de la libertad. Los profesores y los directivos, jesuitas y seglares, son más que meros guías académicos. Están implicados en la vida de los estudiantes y toman un interés personal por el desarrollo intelectual, afectivo, moral y espiritual de cada uno de ellos, ayudándoles a desplegar un sentido de la propia dignidad y a llegar a ser personas responsables en la comunidad. Respetando la intimidad de los alumnos, están dispuestos a escuchar sus preguntas y preocupaciones sobre el significado de la vida, a compartir sus alegrías y sus tristezas, a ayudarles en su crecimiento personal y en sus relaciones interpersonales.” (Características de la Educación de la Compañía de Jesús. No 43).

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El conocimiento de la persona de Ignacio de Loyola y de su Espiritualidad fundamentan la Propuesta Educativa.

San Ignacio nunca pretendió diseñar un modelo pedagógico. Nunca fue profesor, sin embargo ha sido un auténtico maestro y educador para la humanidad. Precisamente, detrás de sus escritos y en particular de sus dos obras maestras, los Ejercicios y las Constituciones, nos permite descubrir toda una rica pedagogía. Es en ese sentido cuando hablamos de pedagogía ignaciana. (Propuesta Educativa de la Compañía de Jesús. ACODESI. 2006)

La Espiritualidad Ignaciana tiene sus raíces en la experiencia espiritual de Ignacio de Loyola y la puso por escrito en un libro llamado Ejercicios Espirituales. Esta Espiritualidad y este libro contienen una concepción de Dios, del hombre, del mundo, de la vida y de la sociedad. De ellos brota una pedagogía caracterizada por su enfoque personalizado y que, con base en los escritos ignacianos, el aporte de muchos Jesuitas y la experiencia de largos años, se cristalizó como la práctica educativa y pedagógica propia de los Jesuitas en la llamada ―Ratio atque Institutio Studiorum Societatis Iesu- (Sentido y Estructuración de los Estudios de la Compañía de Jesús) la cual, desde 1599, orientó los estudios de centenares de Colegios y Universidades dirigidos por la Compañía de Jesús en todo el mundo. (Propuesta Educativa de la Compañía de Jesús, ACODESI 2006).

El 8 de diciembre de 1986 el P. Peter Hans Kolvenbach, General de la Compañía, promulga el texto de las CARACTERÍSTICAS DE LA EDUCACIÓN DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS. Este documento de las Características, en palabras del P. General, «puede darnos a todos una visión común y un común sentido de nuestra finalidad; puede ser también un modelo con el que nos contrastemos a nosotros mismos» (Carta de presentación al texto). Es, en consecuencia, un documento que recoge lo que se esperaba de él en cuanto a las características de la educación de los jesuitas, expresa con claridad la visión Ignaciana y presenta una visión de futuro que orienta la renovación y el desarrollo de los centros educativos dirigidos por la Compañía de Jesús.

Inmediatamente después de recibir el texto de las Características, los centros educativos en la Compañía empezaron a ver la conveniencia de formar a los jóvenes en la visión Ignaciana y se plantearon preguntas como éstas: «cómo podemos, en concreto, hacer que los valores e ideales contenidos en las Características lleguen a la interacción diaria entre profesores y alumnos?».

A partir de este tipo de planteamientos los Delegados de Educación S.I. de toda la Compañía trabajaron de nuevo, durante cuatro años, en un documento específicamente pedagógico publicado, finalmente, por el P. General, en 1993, llamado PEDAGOGÍA IGNACIANA, UN PLANTEAMIENTO PRÁCTICO. Este nuevo documento intenta llevar al aula de clase los valores y principios que identifican y distinguen la pedagogía de la Compañía de Jesús y que toman su origen en la pedagogía que ha caracterizado Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales. Todo, en nuestra Propuesta Educativa, tiene razón y sentido. Es fruto del esfuerzo de más de 400 años haciendo historia, creando escuela pedagógica. Es nuestro modo de proceder en educación, es nuestra impronta y nuestro talante.

El Paradigma Pedagógico Ignaciano (PPI) es un modelo, un enfoque pedagógico, que lee los signos de los tiempos, dinámico, abierto y efectivo. Es un concepto amplio que ofrece una visión cristiana del mundo y del ser humano, una dirección humanista para el proceso educativo y un método personalizado, crítico y participativo.

El Paradigma consta de cinco momentos o dimensiones integradas e interactivas que no son sucesivas ni lineales: Contexto, experiencia, reflexión, acción y evaluación.

El Contexto y la Experiencia están orientados a ponernos en contacto con la realidad y asumirla. Una experiencia afectiva y cognitiva que implica conversión.

La Reflexión, que nos permite entender, juzgar, decidir, nos ayuda a profundizar el conocimiento sobre la Experiencia previa.

La Acción indica nuestra intervención en la realidad para transformarla, siempre a favor de los más necesitados.

Y luego, la Evaluación para volver al contexto ya transformado por la acción.

El Paradigma no se restringe solamente a la relación entre docente y estudiante, va más allá. Es un paradigma del contexto, que lee la realidad, que la transforma, que privilegia la capacidad de transformar – se en un ser humano competente, compasivo, consciente y comprometido.

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San Ignacio daba mucho valor al examen como modo de rezar. Dicen que él aconsejaba, cuando el jesuita en alguna circunstancia no podía hacer sus oraciones diarias, que no dejara de hacer el examen. Y él lo practicaba todas las horas, cuando escuchaba el son de la campana, elevaba un momento su mente a Dios para agradecer y examinar lo que había vivido.

El examen es una oración, es decir, un diálogo con Dios. Es leer como en un libro sagrado lo que uno vive para comprender lo que le ha sucedido, el sentido profundo de cada momento, lo que Dios regala en cada momento de vida. Así, el examen suscita sobre todo el agradecimiento de “tanto bien recibido” por parte de Dios (muchas veces a través de los demás). La gratitud es lo que nos ubica en nuestro verdadero lugar de necesitados, de dependientes. Por eso, el primer paso del examen es dar gracias a Dios por lo que ocurrió en el tiempo que se quiere examinar, reconociendo su accionar creador en nosotros.

El examen ignaciano es una buena herramienta para poder llegar a ser «contemplativos en la acción», para “buscar y encontrar a Dios en todas las cosas”. Al descubrir la Presencia de Dios que trabaja en nuestra vida, identificamos aquellas cosas que Dios nos va señalando como buenas, como llenas de vida, de sentido, de plenitud, y eso nos impulsa a tomar decisiones que vayan en ese sentido, nos confirma en pasos bien dados, nos estimula y anima a seguir caminando, así como nos señala los pasos o los deseos que no son de Dios sino –al decir de San Ignacio-, del Mal Espíritu. Por eso, el examen nos hace más conscientes de encaminar nuestros pasos para acercarnos un poco más al ideal de «en todo amar y servir».

Constato que a veces la vida se nos pasa sin saber qué nos pasa y dejándonos una sensación de vacío, de sin sentido. Pero cuando tomamos conciencia de cuánto ocurre en nuestro interior y en nuestro alrededor, nos admiramos de cuántas cosas importantes ocurrieron, que pasarían inadvertidas, saboreamos el sentido profundo de cada vivencia con la gratitud de “tanto bien recibido”. Descubrimos que aún las contradicciones son usadas por Dios para nuestro bien.

Saborear el gusto de lo vivido es lo que nos convierte en sabios, por eso, practicar el Examen Ignaciano es un camino de sabiduría.

El examen nos lleva a una toma de decisiones que sintonizan con lo que Dios nos sugiere para plenificar nuestra vida.

Encontrarás que los alumnos practican el examen en el espacio de “Pausa Ignaciana”. Responde a un Acuerdo del JESEDU (Encuentro mundial de Educación jesuita, 2017), en que se promueva el Examen en todos los colegios jesuitas del mundo.

Es muy bueno también hacer un examen ignaciano al final de una clase, o un módulo, o un tema para tomar conciencia de la Presencia de Dios creador. Con cada clase, en los estudiantes ocurren cosas en su interior y en los grupos, que los va transformando, haciendo crecer, en un proceso creador constante que Dios lleva adelante. En el libro de Aula Ignaciana que se propone al final de este módulo a modo de repetición, encontrarás indicaciones para realizar este tipo de examen ignaciano en tu actividad áulica.

Considera, también, la posibilidad de incluir en tu práctica personal, el hacer el examen ignaciano con frecuencia. Como decíamos más arriba, es un camino de sabiduría, de gustar internamente el paso de Dios en todo. Tienes algunas pistas en el apartado 3.- Lectura complementaria.

Lo “ignaciano” no se adquiere estudiando sino ejercitándose, haciendo experiencia. Y la experiencia es en Presencia de Dios.

Ahora te proponemos hacer un examen ignaciano de lo que viviste en la presente Inducción. Puede ser un examen al final de cada módulo o un examen al final de todo el recorrido.

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